El Oktoberfest es una fiesta mundialmente famosa, sinónimo de cerveza, música y alegría, pero para el paladar, hay un protagonista indiscutible que se ha ganado su lugar al lado de la jarra espumosa: el pretzel.

Su historia es tan rica como su sabor. Este pan trenzado, crujiente por fuera y con una miga suave por dentro, es mucho más que un simple aperitivo; es el alma de la celebración. Cada año, millones de estos panes se hornean en Múnich para satisfacer a los asistentes, y su consumo es tan habitual que es imposible concebir el festival sin ellos. La sal gruesa que lo recubre no solo potencia su sabor, sino que también estimula la sed, lo que, en un evento enfocado en la cerveza, es una sinergia perfecta.

El origen del pretzel se remonta a los monjes alemanes que lo crearon con una forma que simboliza los brazos cruzados en oración, aunque hoy en día se ha convertido en un ícono de la cultura bávara.

En el Oktoberfest, su tamaño se magnifica, y se le conoce como «Brezel» o «Brezn». A menudo se sirven en bandejas colgantes que los vendedores llevan por las carpas, convirtiéndose en un elemento esencial del ambiente.

Este pan no solo es delicioso, sino también muy fotogénico, lo que lo ha convertido en un éxito en las redes sociales. Las fotos de pretzels gigantes, a menudo sostenidos por personas con trajes tradicionales, son virales durante toda la temporada.

Además, su versatilidad es sorprendente; se puede disfrutar solo, con mostaza dulce o picante, o incluso relleno de queso, jamón o salchichas. Entender por qué el pretzel ha logrado este estatus es crucial para cualquier negocio que quiera sumarse a la celebración.

No es solo comida; es una experiencia, un símbolo y una tradición que une a millones de personas en una de las fiestas más grandes del mundo.

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